Werner Herzog -el afamado director alemán- ya lleva una larga y contundente trayectoria en el mundo del cine, abarcando no sólo la ficción, sino también el género documental. Con producciones cargadas de una humanidad conmovedora, Herzog nos muestra facetas del mundo de una forma particular, cargadas de sensibilidad y de una crítica que muchas veces se esconde tras su curioso sentido del humor. No es necesario destacar que sus documentales han sido fuertemente aclamados por la crítica y que han ganado más de un prestigioso galardón. Aún a sus 74 años Herzog sigue haciendo de las suyas, y entre sus documentales más recientes no puedes dejar de ver estos 3 que aquí te recomendamos: 1. Happy People: A Year in the Taiga (2013) En esta oportunidad, Werner Herzog comparte la dirección con Dmitry Vasyukov (Rusia) para dar a luz un documental que retrata la cruda vida que llevan los tramperos que habitan en La Taiga Rusa. Expuestos a un clima gélido e inclemente, en un lugar escasamente habitado por el hombre, pero que, sin embargo, alberga casi secretamente a una esforzada comunidad que trabaja día a día por sobrevivir a menos 50º, acompañados siempre por sus fieles perros siberianos. Este documental es simplemente abismante, ya que te hace caer en la cuenta de que en el globo existen muchas realidades que ni sospechamos. Y ahora, lo más hermoso y conmovedor del film: ¿Por qué se titula “Happy People” (“Gente feliz” en español)? Tendrás que verlo para descubrirlo... 2. Lo and Behold, Reveries of the Connected World (2016) Para las nuevas generaciones (e incluso para las no tan nuevas), Internet forma una parte fundamental de la vida cotidiana. En este documental, Herzog, con su ojo curioso y agudo, desmenuza la historia del internet desde sus inicios hasta nuestros días, llegando incluso a especulaciones futuras que a algunos parecerán fascinantes, y a otros espeluznantes. Lo cierto es que en "Lo and Behold", Herzog no sólo nos muestra las distintas facetas de las nuevas tecnologías, sino que las contrapone con su opuesto natural: la profunda humanidad de quienes las utilizamos a diario. Si eres un fanático de internet, no dejes de ver este fascinante y oscuro documental. 3. Into the Inferno (2016) Este film producido por Netflix sumerge a nuestro director en una de sus mayores pasiones: Los volcanes. Acompañado por el Vulcanólogo Clive Oppenheimer (Gran Bretaña), recorre numerosos lugares del mundo en busca de los ejemplares más míticos, llegando incluso a la impenetrable Corea del Norte. Sin ser necesariamente un documental de erudición científica, abarca principalmente la humanidad alrededor de los volcanes, las leyendas que se levantan en torno a cada uno, junto a la siempre latente amenaza de su furia a punto de estallar. No es necesario destacar que en esta oportunidad, Herzog apuesta nuevamente por su mirada humana y sensible acerca de las diferentes culturas y de los diferentes imaginarios que se levantan frente a la magnánima naturaleza. Así que ponle pausa a lo que sea que estés viendo y déjate deslumbrar por la aguda mirada de este particular director.
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Qué es y qué no es El poliamor se define como un tipo de relación amorosa, íntima y sexual, que involucra más de dos personas de forma simultánea y que se lleva a cabo bajo el consenso de todas las partes. El término comenzó a popularizarse alrededor de la década de los ‘90 y a veces se le abrevia simplemente como “poli”. Ojo, que muchas veces se le confunde con la poligamia, pero igualar ambos conceptos es errado, pues la poligamia hace referencia al matrimonio, mientras que el poliamor no se trata de contratos maritales ni pactos religiosos, sino más bien de amar y establecer una relación con más de una persona a la vez de forma consensuada, honesta y ética. También es importante destacar que el poliamor no se configura como una infidelidad, pues las relaciones no se llevan a cabo de forma clandestina ni a espaldas de alguna de las partes. Como ya se dijo, los poliamorosos basan sus relaciones en la apertura, la sinceridad y el profundo respeto hacia las personas que aman y con las cuales mantienen una relación íntima. ¿Quiénes lo practican? Esta práctica es habituada por aquellas personas que consideran que el amor no debiera estar restringido a un número cerrado de personas. La filosofía poli postula que si amas a alguien, no tendrías por qué privarle de tener otras experiencias tan bellas y enriquecedoras como las que vive contigo, y lo mismo al revés. Por estos días, el poliamor es una práctica cada vez más frecuente, o por lo menos, más “salida del closet” que hace un par de décadas. Hoy es mucho más frecuente encontrarnos en los portales o aplicaciones de citas con individuos que se autodefinen como poliamorosos y que buscan parejas que estén de acuerdo con ello, lo respeten y compartan. Cabe destacar también que los poli consideran que la monogamia es una opción tan respetable como todas, ya que confían en que cada persona debiera hacer con su vida amorosa lo que más le acomode, satisfaga y le haga sentir más feliz, siempre y cuando todo se lleve a cabo de forma sincera y no se dañe a terceros. Más allá del sexo. Si bien podemos estar de acuerdo en que la sexualidad forma una parte fundamental de toda relación íntima y amorosa, para los poliamorosos pasa a una segunda categoría. Esto no quiere decir que no lo practiquen, no señor, pero para ellos lo que prima en las relaciones es el amor, puro y prístino, aquel que es digno de ser brindado y recibido, y que alimenta el alma tanto o más que al cuerpo. La repartición del amor La filosofía detrás de esta práctica supone que el amor NO es una “fuente limitada”, es decir, que amar a más de una persona no significa que el amor se “reparta” y que la tajada de afecto se haga cada vez más pequeña. Por el contrario, siendo el amor una fuente inagotable e infinita, alcanza para ser brindado a más de una persona a la vez, y eso es lo bello de su ideología: si el amor en infinito y nos hace sentir tan bien, ¿por qué no darlo sin límites?. ¿Cuáles son las claves para que funcione? Los mismos poli declaran que la honestidad y la comunicación son las claves fundamentales para llevar relaciones sanas y felices. Para ello, lo fundamental es llegar a consensos claros con tu o tus parejas, reglas que todas las partes compartan y acaten (sistema que es, por lo demás, bastante parecido al de las parejas monógamas). Lo fundamental es respetar siempre a tu o tus parejas y jamás hacer algo con lo que puedan sentirse incómodas, desvaloradas, o pasadas a llevar. Todo puede ser posible, siempre y cuando se hable con apertura, sinceridad, tolerancia, y por sobre todo, amor. ¿Y a ti, qué te parece? Lo más importante es entender que ningún estilo de relación es mejor que el otro. La decisión es (y debe ser) siempre tuya y de tu pareja, pues cada cual debe hallar lo que mejor le funcione y le haga sentir más pleno y satisfecho. Tal vez el poliamor no sea lo tuyo, pero vamos, que abriendo la mente y educándonos un poco más sobre las distintas prácticas amorosas, podemos aprender a respetar y valorar la diversidad. Después de todo, vivimos en una sociedad plural y debemos aceptar que los adultos, mientras no dañemos a otros, podemos vivir nuestra sexualidad de la forma que nos haga más felices. A las dos horas y diez minutos de la película documental La Educación Prohibida (Argentina), tiene lugar un acto profundamente verdadero: Pablo Lipnizky, profesor del colegio Mundo Montessori (Colombia), dice entre sollozos: “Hay una sola cosa que realmente es importante, es el amor que nosotros le podemos dar a los niños. Si queremos una sociedad diferente, lo único que realmente tenemos que hacer, es amar a los niños para que ellos aprendan a amar a otros, que el conocimiento va a venir solo.” Muchas aprensiones y desconfianzas surgen al levantar un discurso sobre el amor, concepto que, lejos de ser preciso, pareciera referirse a algo etéreo e imposible de aterrizar a un contenido curricular. Esto ya lo advierte Luis Carlos Restrepo (1999) cuando dice que cierto saber del sentido común parece insinuar que este tema escapa a la técnica discursiva, por tratarse de una vivencia que se resiste a cualquier cadena argumental o ejercicio explicativo. Y es que claro, traducir el amor a una pauta normativa sería violar, de hecho, su naturaleza primigenia, que lo ubica en un acontecer más que en un conocer discursivo. Más bien, el amor debiese ser precisamente este acontecer que atraviese a todos los contenidos curriculares, y que surque profundamente la práctica pedagógica. Lejos de querer conceptualizar el amor, y aún más lejos de pretender venir a decirle a usted qué es el amor y correr el riesgo de caer en lo que Restrepo cataloga como “el campo de lo patético”, propongo que para explicarlo, tan sólo nos detengamos en el decir del profesor Lipnizky, que, más que un decir, se transforma en un acontecer: el amor acontece en su discurso y esto lo transforma en un acto verdadero que se explica en sí mismo, Lipnizky nos explica el amor, no desde su concepto, no desde la teoría, sino desde el mismo amor, que encuentra su traducción concreta en el sollozo. La idea del profesor amoroso, si bien viene teorizándose desde la época platónica, aún no ha logrado encontrar su aplicación concreta hasta nuestros días, ya que, sin pretender negar la existencia de profesores que sí realizan sus prácticas desde una relación de amor con el alumno, no podría decirse que la línea de la educación escolar posea esta orientación, pues sería negar, de hecho, su propia naturaleza: la de la guerra, el mercado y la producción. Sin ánimos de venir a levantar otra crítica más acerca del modelo educativo y sus violencias implícitas, me inclino por intentar responder a la pregunta del millón: ¿cómo incluir, de manera profunda y verdadera, el acontecer amoroso en el modelo pedagógico?. Ana María Fernández (2009) en su artículo De la ética y la erótica en la enseñanza, hace una distinción entre lo que es el profesor y el maestro, diciendo que el maestro, a diferencia del profesor, no se preocupa por enseñar aptitudes o capacidades. El maestro es quien se preocupa por la inquietud que el sujeto tiene con respecto a sí mismo y quien encuentra en el amor que siente por su discípulo, la posibilidad de preocuparse por la preocupación de éste en relación consigo mismo. Ahora, sin aventurarme a negar el hecho de que el profesor sí debiese entregar contenidos curriculares, no puede decirse que estas prácticas tengan que rechazar, por definición, un acontecer amoroso a la hora de transferir saberes. A este respecto, Ana María Fernández dice que los ejercicios del decir verdad no constituyen formas en las que uno se apropia (para el solo intelecto) de un discurso verdadero sobre el mundo o sobre uno mismo, son ejercicios para asimilar (en lo corpóreo) discursos verdaderos que se ponen en juego frente a las vicisitudes externas o a las pasiones internas. Entonces, habría que cambiar el paradigma de lo entendemos por conocimiento, y comprender que éste no tiene por qué quedar exento de una dimensión sensible, pero, ¿por qué esta concepción se hace tan difícil de llevar a la práctica? La problemática es clara: para poder fomentar y cultivar un amor por el sujeto y por los saberes, sería menester limpiarlos de su carácter productivista en las escuelas, que tan sólo los usan como pretexto para la proliferación de una sociedad de mercado en la que se educa al individuo para su posterior inserción en el campo laboral y que, finalmente, obstaculiza la aproximación amorosa de éste al conocimiento. La escuela, en su incapacidad de aceptar y comprender que el conocimiento pueda tener aproximaciones que no necesariamente culminen en la productividad, se ha empeñado en dar a ciertas disciplinas como lo son la enseñanza de las artes, por ejemplo, un fin utilitario (¿existe algo menos utilitario que el arte?), negando al individuo, de manera profunda y absoluta, la oportunidad de acercarse al conocimiento desde el desinterés y desde el mero goce, castrándolo hondamente de su capacidad de amar desde su experiencia gnoseológica. El bagaje acerca de las prácticas amorosas en la escuela es amplio, y aventurarse en su recorrido muchas veces puede resultar desalentador en lugar de esperanzador, por mi parte, prefiero quedarme con el momento en que el profesor Lipnizky nos explica qué es el amor, no desde el discurso, sino desde el amor aconteciendo en él mismo, debo confesar que he reproducido la escena muchas veces, y es que veo en ella la respuesta a la pregunta del millón: ¿cómo practicar el amor en la escuela?, pues practicándolo, dejándolo acontecer a través y a pesar de las ordenanzas curriculares, ya que el aula, es terreno íntimo en el cual operan sólo dos actores, el profesor y el estudiante, no sería entonces descabellado dejar que el amor acontezca allí, al alero y resguardo del secreto, la camaradería y la complicidad. |
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